8/31/21

QUINTO DÍA

 



ORACIONES INICIALES DIARIAS (Usar el material publicado en el chat)

JACULATORIA

¡Santísimo Sacramento, te adoramos desde el Corazón Inmaculado de María de Coromoto!

LA MUJER VESTIDA DE SOL

Cuando menos lo esperaban las dos indias, llegó el Cacique a Coromoto, triste y maltrecho. En este estado de melancolía estaba el indio cuando, por un misterio de cariño y amor de la Madre de Dios 
a un pobre hijo de Adán, bajó a la Choza del Cacique en medio de indivisibles legiones de Ángeles 
que formaban su cortejo. De todo su ser de desprendían rayos de luz que bañaban el estrecho recinto
de la choza y eran tan potentes que según declaró la india Isabel, eran como los del Sol cuando está 
en el medio día y sin embargo no deslumbraban ni cansaban las vistas de aquellos felices indígenas 
que contemplaban tan grande maravilla. El Cacique, al instante, reconoció a la misma Bella Mujer 
que meses antes había contemplado sobre las aguas de la plácida corriente de sus montañas y cuyo recuerdo jamás había podido borrar de su memoria.

El Cacique pensaría probablemente, que la gran Señora venía para reprocharle su mal proceder e impedirle la fuga, así que rompió el silencio y, dirigiéndose a la Señora, le dijo con enojo: - ¿Hasta cuándo me quieres perseguir? Bien te puedes volver que yo no he de hacer lo que me mandes, 
por ti deje mis conucos y conveniencias y he venido aquí a pasar trabajo. Estas palabras irrespetuosas mortificaron en gran manera a la mujer del Cacique, quien riñó a su marido diciendo: 
No hables así con la Bella Mujer, no tengas tan mal corazón. El Cacique montado en cólera y 
encendido en rabia, no pudo soportar más tiempo la presencia de la Divina Señora, que permanecía 
en el umbral dirigiéndole mirada tan tierna y cariñosa que era capaz de rendir el corazón más empedernido; desesperado, tomó el arco de la pared y saca una puntiaguda flecha, con la torcida intensión de amenazar con ella a la gran Señora. En este preciso instante la excelsa Señora entró en 
la choza sonriente y serena, se adelantó y se acercó al Cacique, el cual, al respeto de tanta majestad,
o porque la Virgen lo estrechara de modo que no tuvo lugar para el tiro, rindió las armas y arrojó el 
arco contra el suelo.

MEDITACIÓN

Cuando optamos por el pecado, cuando decidimos vivir según los criterios del mundo, la satisfacción de hacer lo que queremos suele dar lugar rápidamente a un sentimiento de vacío y soledad. Esto les ocurre a las personas que ya han tenido experiencia de Dios. Lo experimentó el cacique, aunque quizás el mismo no sabía a qué se debía su tristeza. En ocasiones, el desánimo y la tristeza persistente en los cristianos, es signo de un corazón refinadamente orgulloso. Pero he aquí que la Virgen le visita por segunda vez, el testimonio de la aparición remite inmediatamente a la Sagrada Escritura, “una mujer vestida de sol” (Ap 12,1). La luz purísima que se desprendía de la Virgen, si bien era capaz de hacer la noche clara como el día (cf. Sal 139,12), no hería los ojos de los videntes. La santidad de Dios viene a nosotros no para herirnos, sino para la limpiarnos. En el Señor la misericordia y el juicio no se contradicen, pero la misericordia triunfa sobre el juicio (Stg 2,13). Para entender esto vale la pena reflexionar en lo que ocurrió en el interior de esta humilde choza. La Virgen puso en el cacique ojos de ternura y compasión, porque la fuerza de la misericordia es el motor de la conversión del corazón. Para el cacique, que estaba resuelto interiormente a abandonar el camino, esto fue intolerable, porque él esperaba que la Virgen le reprochara y, envuelto en su propio orgullo, decidió atacarla.

Quizás las personas que tenemos alrededor nos muestran más amor y se vuelven por eso mismo más vulnerables a nuestros malos tratos. Amar a una persona significa también saber padecerla. Y podemos llevar la reflexión también a la otra vida. Muchas personas se angustian por el juicio que Dios hará de ellas después de la muerte. Hay algunos que dicen que el infierno no existe, porque Dios es tan misericordioso que no permitiría que ninguno sufra el castigo eterno. Probablemente no han entendido bien de qué se trata esto. La salvación consiste en abrir lo más profundo de nuestro ser a la gracia de Dios. Dejarnos amar y moldear por él. Cuando esto ocurre, en cierto modo no hay marcha atrás. No porque perdamos nuestra libertad, sino porque libremente le hemos permitido a Dios obrar en nosotros. Como ocurrió con el profeta Jeremías, el cual quiso abandonar la misión que Dios le pedía, pero no pudo evitar percibir un fuego interior que le movía a retomar el camino iniciado (cf. Jer 20,9).

De modo que, si de forma pertinaz insistimos en cerrar nuestro corazón, entonces la mirada misericordiosa de Dios será para nosotros hiriente, humillante, y rechazaremos la salvación porque no reconoceremos que hemos fallado, porque declararemos que no necesitamos que nadie nos salve. La Consagración al Corazón Inmaculado de María viene a darnos la gracia de romper esos cerrojos, de no reaccionar con violencia sino con docilidad a la visita amorosa de Dios. Esto debemos pedirlo para nosotros y para los demás.

En las apariciones de Fátima, la Virgen nos hizo ver que, efectivamente, hay personas que se condenan. De este modo, el juicio de Dios es su misma misericordia, la cual no todo el mundo está dispuesto a recibir ni a practicar. Pero la Virgen viene a ayudarnos de forma tan excepcional, que quien se consagra a su Corazón Inmaculado puede participar de su triunfo sobre el pecado y sobre la muerte eterna. Por eso el Papa San Juan Pablo II, decía el 16 de octubre de 1983, cuando consagró al mundo entero al Corazón Inmaculado de María que “la fuerza de esta consagración dura para siempre y abarca a todos los hombres, pueblos y naciones, y supera todo el mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de despertar en el corazón del hombre”.

Hermanos, esta consagración a la cual nos estamos preparando, no tiene, por lo tanto, otra finalidad que dejar caer nuestras armas como el cacique, dejar de luchar contra la voluntad de Dios, dejar de ser complacientes con el pecado. Nuestra nueva arma será tender la mano a la Virgen y empuñar con ella un arma muy especial, que no es otra cosa que el rezo diario del santo rosario.

PARA REFLEXIONAR


¿Busco a Dios por el temor de condenarme, o porque simplemente deseo conocerle y amarle? ¿Reacciono con violencia cuando alguien me corrige para ayudarme, sin darme cuenta que mediante esa persona me habla Dios? ¿Me asusta el compromiso espiritual que puede suponer consagrarme al Corazón Inmaculado de María? ¿Estoy consciente de que el fruto de esta consagración depende de que yo me deje guiar dócilmente por la gracia de Dios? ¿Soy intolerante e impaciente con las personas que me aman, que viven conmigo?

ORACIÓN

Virgen de Coromoto, estoy consciente de que Jesús me pide servirle de tal manera, que yo esté dispuesto a renunciar a todo lo que me aleja de Él. En ocasiones, me siento tentado a hacer callar esa voz en mi corazón (en mi conciencia) y a vivir según mi parecer. Al igual que el Cacique, el mundo me llama continuamente a volver la espalda a Dios. Reconozco que he cultivado hábitos o modos de pensar que no me permiten captar la sabiduría que viene de lo alto. La educación que recibí, la corrupción de la sociedad, los malos consejos de mis amistades me hacen vacilar y en ocasiones rechazar mi fe. Pero le doy a gracias a Dios, porque a través de esta consagración ilumina mi conciencia y me permite decirte que aquí estoy, tranquilo, en paz, porque con tu ayuda seré un feliz servidor del Señor.

PRÁCTICAS
  • Rezo meditado y pausado del Santo Rosario (Puede ser en cualquier momento del día, recomendamos no dejarlo para la noche, ni a última hora) 
  • Examen de conciencia diario, antes de dormir. (Usemos el subsidio para el examen de conciencia en el material publicado sobre los 10 mandamientos. 
  • Ayudará también para el acto penitencial y eventual confesión, días antes de la Consagración)

· Leamos el salmo 45 (44): “Un bello poema me brota del corazón”. Tengamos un momento de lectura orante y meditativa de la Palabra.

Virgen de Coromoto, Patrona de Venezuela, ¡renueva la fe en toda la extensión de nuestra Patria!

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